sábado, 11 de mayo de 2013

LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Con el concilio Vaticano II se acuñó en los espacios teológicos y de reflexión una expresión fundamental: Los signos de los tiempos.
Vulgarizando su significado podemos explicarla como aquellos gestos, logros, actitudes, empeños, etc, que explicitaban, favorecían, impulsaban, hacían creíble aquí y ahora, el Reino de Dios. Eran por tanto lugares teológicos.


Luego con el progresivo ocultamiento de todo lo que supuso el Vaticano II, esta expresión fue perdiendo fuerza, actualidad, se dejó de oir y de usar y, lo que es peor, creo que dejó de ser un elemento de búsqueda y esperanza en la ïglesia", (al menos en cierta Iglesia).
Sin pretensión de nada yo era, soy, uno de los que la echábamos en falta.
Por eso, cuando encuentro señales, signos, acciones de este tipo, me alegro desde mi fe y descubro,como motivo de esperanza, que la humanidad puede ir avanzando hacia una mayor plenitud.
Tal me ha sucedido  con la resolución del juicio al exdictador Efraín Ríos Montt, en el que la justicia guatemalteca lo condena a 80 años de cárcel por genocidio.


Tal vez suene raro que esto lo viva como "un signo de los tiempos". Algunos, desde mentalidades derechizantes, podrían opinar que desde la fe lo que corresponde es el perdón. Frente a esto creo que se puede, y se debe argumentar,  que por justicia y también por amor al pueblo maya-ixil, objeto del genocidio juzgado, es un acto, repito,  de justicia, de amor, de misericordia, de respeto, de reconocimiento de la dignidad de este pueblo, el fallo  del jurado guatemalteco.


Esto, y hasta aquí, me hace escribir estas líneas. Sin embargo, lo confieso, me sitúo con una cierta cautela pues no sería la primera vez, que tales monstruosos personajes de la historia, ejerciendo su satánico poder, consiguen liberarse de asumir las consecuencias de sus actos. Recordemos casos como el de Pinochet. Pero, aun así, será cimiento de esperanza el que se haya reconocido legalmente el comportamiento criminal de Ríos Montt.

José Luis Molina



1 comentario:

Anónimo dijo...

Por fin, más allá de la reacción de la bestia moribunda y de todos sus acólitos subordinados, igualmente asesinos como ella, en Guatemala se hizo justicia. Ha sido muy satisfactorio ver caras como la de Rigoberta Menchú -premio nobel de la paz y única de su familia que se salvó de la masacre- agradecidas por lo ocurrido. Es posible que este individuo no pase mucho tiempo en la cárcel por su edad, pero la condena, repito, más allá de la reacción de la bestia, es el cimiento de una Guatemala nueva, aunque asentada sobre los más de mil y pico indígenas asesinados por el bien del mercado. Efectivamente, el Reino de Dios tiene sus signos de los tiempos. Miguel Á. Olmedo Jiménez.