lunes, 28 de noviembre de 2011

HORA DE DESPERTAR



A mi retorno de España me encuentro con el artículo que cuelgo a continuación (con un poco de retraso en relación a la fecha en que fue escrito: 2 de junio del 2011). Me pilló el título y sentí curiosidad para abrirlo. Me recordaba una hermosa canción del disco de Juan Antonio Espinosa titulado "Escucha nuestros gritos en la noche" y la canción era aquella que en un momento decía:
A ti te digo....
es hora de despertar,
levanta la frente al alba,
verás al pueblo que viene,
por nuestras calles avanza,
verás al pueblo que viene
estrenando la mañana..."

Eran aquellos años posteriores al Concilio Vaticano II, los años que el Concilio Vaticano II hizo posibles, años de una Iglesia luchadora que luchaba con u por la gente y tenía y pronunciaba una palabra ante las situaciones que se vivían en el cotidiano, una palabra que para un amplio sector de gente era esperada e importante.

Todo eso y mucho más me evocó el título de un artículo de Antonio Muñoz Molina. Y me puse a leerlo con avidez. Y me ha gustado. A mi regreso de España, donde he pasado algunas semanas y he constatado tantas cosas que chocan con lo que se me evocó, me ha gustado y quiero compartirlo con ustedes, quienes quieran leerlo, sobre todo cuando he tenido que constatar una iglesia cada vez más afónica, como no sea para sus intereses económicos, que no tiene ni pronuncia una palabra y que, lo que es peor, cada vez interesa a menos gente; y unos políticos con un cinismo impresionante echando pelotas fuera pero asegurándose que "las suyas" estén a buen recaudo; o el "pueblo indignado" que engendra el 15M y luego, mayoritariamente, vota al PP. Creo que es hora de despertar... si creemos que la vida es más que dormir y quejarse.
Por eso les invito a leer el ártículo de Muñoz Molina y, si lo quieren, a repasar y escuchar la canción aludida.

José Luis Molina


HORA DE DESPERTAR

He pensado desde hace muchos años , y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de "¡El que no esté colocao que se coloque , y al loro!" Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de la clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y de prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de una televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de "criminalizar a los jóvenes" por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz de Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mi una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omnipresencia del ser cortacircuita de antemano cualquier debate: me critican no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mi no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierda, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara, está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora, o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuantos de miles de millones de euros en un edificio faraónico, es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra, es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tienes nostalgia de la educación franquista.

He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores, tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para "presentar" un premio de poesía. Presentar no se sabe a quien, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes, el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en su coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mi, esperando durante varios minutos. "Era Plácido", dijo, "que viene a sumarse a nuestro proyecto". El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos quer somos: que haya listas abiertas y limitación de mandato, que la administración sea austera, profesional y transparente, , que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático están siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenatios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la del 1931.
Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto



Antonio Muñoz Molina
































1 comentario:

Anónimo dijo...

El problema radica en la estructura ética personal, o mejor dicho, en la falta de estructura ética, y no sólo de los altos cargos públicos o de los de arriba en general; me explico: ¿cuánta gente común siguen manteniendo dos trabajos, más el de su compañero/a; es decir, tres trabajos por hogar?, ¿cuánta gente común tiene una, dos y tres casas? ¿cuánta gente evade y justifica la evasión de impuetos?, ¿cuántos "empresarios" tienen trabajadores sin asegurarlos?, ¿cuánto se despilfarra en movidas (alcoholismo y drogadicción) los fines de semanas?, ¿cuántos han esquilmado a la salud pública o la han denostado con la consabida crítica de que no está a la altura de nuestro prurito exquisito?, ¿cuántos veces se ha desacreditado a los profesores cuando han querido ser educadores, sustitutos de unos padres que hace mucho tiempo renunciaron a la educación de sus hijos?, ¿cuánto gente común ha vivido por encima de sus posibilidades reales, buscando sólo dinero para divertirse o pagar cochazos o mansiones?, ¿cuántas gentes ha venido renunciando a la más mínima y elemental formación personal, humanista, ética, cultural... a cambio de mantener un estilo de vida basado en el despílfarro y la evasión?, etc, etc, etc. No nos rajemos las vestiduras, la crisis la hemos fabricado entre todos, aunque la mayor responsabilidad recaiga en los que más han robado o están robando. Miguel A. Olmedo