viernes, 10 de septiembre de 2010

SIGLO XXI: SE SIGUEN CAZANDO BRUJAS

Con dolor grande, pero con profundo sentimiento solidario, transcribimos a continuación las declaraciones de José Arregui (ya hemos publicado algo sobre él y su situación bajo esta misma etiqueta)



En Intiruna sabemos sobradamente por experiencia propia de similar situación, y es doloroso ver como se repiten hechos incalificables.



Por eso junto con Arregui y otros muchos de similares testimonios, levantamos nuestra voz y proclamamos nuestra fe en Jesús de Nazaret como único Señor y rechazamos las mordazas que utilizan en su nombre. Y precisamente por esta fe nos sentimos impulsados a este grito de solidaridad con Arregui y condenamos todo procedimiento que , bajo hábitos religiosos y taimadas espiritualidades, no respeten los valores del Evangelio.



Intiruna está en España y está en América y nos duele, y desde ese dolor lo denunciamos, que la jerarquía utilice a los pobres de América para quitarse las piedras que encuentran en "sus zapatos". De eso también sabemos por experiencia.



Y no obstante que bueno sería mucha gente como Arregui en América.



Pero desde América y sus pobres donde en la actualidad vivimos nuestra fe tratando de servir al Reino, rechazamos esa utilización y pedimos respeto







José Luis Molina y Miguel Ángel Olmedo







José Arregui: "Voy a dejar la Orden Franciscana"




Franciscano sin hábito





"A mi obispo y hermano José Ignacio Munilla le deseo lo mejor"




José Arregui, 01 de septiembre de 2010 a las 15:30

En la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos, y yo lo sabía




(José Arregui).-Hace un tiempo que corrían los rumores como vuelan las golondrinas, tan rápidas y libres, sin otra guía que el certero instinto de la vida (por cierto, ¡cómo se han multiplicado las golondrinas en Arantzazu, y aún siguen criando! Dios os bendice). Pero una vez desatados los rumores, a veces inocentes, a veces intencionados, es más difícil detenerlos que detener el vuelo de las aves.
Pues bien, la noticia ha estallado en todos los sentidos y, en contra de mi intención primera, no puedo menos de confirmarla ya: voy a dejar la Orden Franciscana. De paso, pido disculpas por alguna declaración mía ambigua que algunos pudieron entender como un desmentido. No quería serlo.
Voy a dejar la Orden franciscana. Lo he meditado mirando adentro entre mis luces y sombras, mirando afuera la montaña y el cielo, y las golondrinas. Lo he compartido con las personas que más me quieren y en las que más confío. Lo he hablado con los responsables de mi provincia franciscana que son también mis amigos. Dejaré este Arantzazu del alma, donde he vivido 17 años de los 57 que tengo; dejaré la Provincia franciscana que ha sido mi familia y mi hogar desde los 10 años; dejaré la Orden franciscana que ha dado enteramente forma a mi ser. No diré que la decisión no me produzca dolor y vértigo, pero doy el paso en paz.
Era previsible desde aquel 23 de diciembre en que me impusieron y yo prometí silencio para un año. Y era irreversible desde aquel 17 de junio en que rompí mi voto de silencio porque, previamente, mi obispo había derogado las condiciones que lo justificaban. Tomé la palabra, no porque tenga algún mensaje profético urgente que pregonar, sino simplemente porque ya pasaron los tiempos en que la libertad de palabra pudiera ser impedida en la Iglesia de Jesús con pretextos de dogmas y magisterios.
Los dogmas y el magisterio no los puso Jesús. Muy al contrario, enseñó que no se ha de identificar la palabra de Dios con tradiciones humanas (Marcos 7,7-13), y denunció a los maestros de la ley que se apoderan de la cátedra y del magisterio (Mateo 23,2), prohibió tajantemente que nadie se llamara maestro o padre (Mateo 23,8-9), declaró solemnemente que "todo ser humano es señor del sábado" (Marcos 2,28), es decir, señor de toda ley religiosa por sagrada que fuere, y al sordomudo le dijo en arameo: Effeta, "ábrete", "escucha y habla" (Marcos 7,34).
Es más, y la Iglesia debiera reconocerlo ya sin más dilación: aunque Jesús hubiera establecido dogmas y magisterios -que ciertamente no estableció-, éstos no serían de ningún modo inamovibles, pues Jesús no tuvo otra ley ni otro criterio que el Espíritu de Dios, y el Espíritu es como el aire y el agua, y siempre se mueve. Y por si hiciera falta, lo dijo San Pablo: "Donde está el Espíritu de Jesús, hay libertad" (2 Cor 3,17).
Claro que la Iglesia, como todo grupo humano, requiere estructuras y un lenguaje más o menos común, pero las estructuras habrían de ser flexible y móviles, como todo lo vivo, y los dogmas deberían poder ser comprendidos y expresados en palabras siempre nuevas, como todo misterio; y en primer lugar debiera cambiar una Iglesia autoritaria en una Iglesia democrática, como la quiso Jesús.
Y la Iglesia, que se ha tomado tantas libertades para contradecir a Jesús, con mucha más razón debiera ser libre para secundar el Espíritu de Jesús. Basta conocer la historia para saber cómo han cambiado las cosas, o basta gustar del Espíritu de Dios para saber cómo han de cambiar. Quien no conoce la historia, que guste al menos del Espíritu; quien no guste del Espíritu, que conozca al menos la historia. ¡Cuán anacrónica y contraria al evangelio es esta idolatría de la doctrina que nos tiene amordazados!
Simplemente por eso dije: "No callaré". Y eso equivalía a una insumisión, y en la iglesia institucional que tenemos no hay lugar para insumisos, y yo lo sabía. Tampoco hay lugar para insumisos en la Orden franciscana que tenemos, y también esto lo sabía: los responsables franciscanos, aun en contra de su voluntad, y como única forma de evitar un grave conflicto interno, se verían obligados a exigirme sumisión a las órdenes del obispo. No he necesitado, pues, de grandes discernimientos: o acataba o me iba. Pensé que no debía acatar, para ser fiel al seguro Jesús, a mi insegura conciencia, a mi humilde misión, pero no quería ser así motivo de conflicto para los franciscanos, que son mis amigos y hermanos. La opción no era fácil, pero resultaba forzosa y simple.
Dejaré la Orden, y con ello pierdo mucho, pero quién sabe si, al final, el perder no será una ganancia también esta vez. Quiero escoger la vida con todos sus riesgos, incluida la palabra. No sé qué será de mí (¿quién sabe qué será de sí?), pero allí donde vaya Dios vendrá conmigo, y si en el camino me pierdo Él me encontrará. Quiero seguir siendo discípulo de Jesús de Nazaret, el hombre bueno y libre. ¡Oh, cuán lejos me siento de él! Pero él está cerca de mí, de ti. Jesús es el prójimo y todo prójimo es Jesús. Con él, como él, quiero seguir siendo Iglesia sin esas torpes dicotomías de clérigos y laicos, religiosos y seglares, fieles y herejes, creyentes e increyentes.
A mi obispo y hermano José Ignacio Munilla le deseo lo mejor, y pienso que lo mejor pasa por escuchar, respetar, secundar la voz de la inmensa mayoría de su comunidad diocesana, de la que seguiré formando parte activa. La voz de la comunidad es la voz del Espíritu, mucho más que la voz de Madrid o de Roma.
Ah, y quiero seguir siendo franciscano, un simple franciscano sin hábito. ¡Paz y Bien!




José Arregi




Para orar
Esta mañana enderezo mi espalda,



abro mi rostro,



respiro la aurora,



escojo la vida.




Esta mañana acojo mis golpes,



acallo mis límites,



disuelvo mis miedo,



escojo la vida.




Esta mañana miro a los ojos,



abrazo una espalda,



doy una palabra,



escojo la vida.




Esta mañana remanso la paz,



alimento el futuro,



comparto alegría,



escojo la vida



(Benjamín González Buelta, SJ)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que en el fondo de todo este problema suscitado alrededor de Arregi, subyacen eclesiologías y concepciones políticas absolutamente irreconciliables. Por un lado, se imponen obispos -ignorando la oposición de un 80% del clero diocesano-, como en el caso de Munilla en Guipúzcoa; y, por otro, un nacionalismo de corte derechizante y fascistoide se impone sobre otro nacionalismo, más allá de la opinión que tengamos de los mismos. Uno tiene la impresión de que los últimos nombramientos de obispos en el País Vasco: Munilla en Guipúzcoa e Iceta en Vizcaya, reponden a los deseos, bendecidos por el Vaticano, de Rouco Varela, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española. Creo que con estos nombramientos, una vez más, se ha disparado a la paloma del Espíritu Santo y se le ha herido de muerte; pero, además, las cosas de palacios carecen de ingenuidad, por lo que podemos concluir que son medidas que forman parte del descarado restauracionismo que viene enterrando las conclusiones del Vaticano II y, obviamente, para ello, hay que acabar con los últimos bastiones diocesanos donde tadavía se respira el aire fresco que trajo consigo, como en el caso de la diocesis de San sebastian. Y malévolo que es uno, añadamos que la celada es perfecta, pues a la postre de estos nombramientos, a más de acabar con planes diocesanos en la perspectiva del Vaticano II, se pretende debilitar su influencia en las esperanzas y deseos de un pueblo. El pulpo de Madrid debe estar contento con sus téntaculos en el País Vasco, pero, por más que le cueste a él y a su escuela, el kairós del momento está de parte de Arregi, a quien muchos cristianos reconocemos autoridad moral y libertad evangélica en todo este lío, en contraposición de una jerarquia eclesiástica más amante de la institución que del Evangelio y su Reino. Gracias a gente como Arregi, la paloma del Espíritu sigue viva. Miguel Á. Olmedo Jiménez.

belijerez dijo...

En Jerez gracias a que el obispo canceló dictatorialmente la escuela de monitores (del pueblo y para el pueblo), destituyendo además a la entonces delegada diocesana, le concedieron el premio de obispo castrense.

Ver para creer!!!! No. Seguir creyendo en el Dios de la Vida y no el de la muerte que propaga guerras.